Al igual que los llamados a desmantelar la institución de la vigilancia policial, que crecieron y se trasladaron a espacios más amplios, los llamados a cancelar deudas de varios tipos son cada vez más difíciles de ignorar para lxs políticxs y líderes. La resistencia a la deuda, tanto a la deuda pública como la deuda de los hogares, es una parte importante de las luchas actuales de los movimientos sociales. Esto incluye el movimiento con base en los Estados Unidos que busca cancelar los $1,5 billones de deuda estudiantil, una idea que por fín llegó al escenario electoral convencional.
La deuda de los hogares no es un problema aislado. A medida que los niveles de endeudamiento se han disparado en muchas sociedades en los últimos años, la deuda se ha asociado con un gran sufrimiento, así como con eventos trágicos: desde la depresión hasta el suicidio, la venta de los propios órganos y la violencia de género. Como muchas otras formas de desigualdad económica, la deuda tiene efectos únicos en minorías racializadas que se enfrentan a una mayor precariedad en el empleo y tienden a estar sometidas con mayor frecuencia a formas predatorias de préstamos. La deuda está íntimamente entrelazada con el racismo sistémico, ya que se alimenta de él y al mismo tiempo lo nutre.
Mi propio trabajo sobre la deuda se ha realizado en Telangana, India, donde me centré en los préstamos informales y las experiencias de endeudamiento de las minorías subalternas racializadas de musulmanxs y dalits. Lxs individuxs que entrevisté y las familias con las que pasé tiempo viven en condiciones precarias, con ingresos inestables, sin protección laboral y sin ahorros. La financiación informal e ilegal es su única forma de seguridad, pues lxs prestamistas les conceden dinero sin garantías, pero a altas tasas de interés. Para estas familias, una sola emergencia —la muerte de una pareja, la enfermedad de unx hijx— puede dar lugar a un endeudamiento a largo plazo. He visto a muchas mujeres asumir trabajos irregulares altamente explotadores, ganando unos centavos por hora, solo para mantenerse al día con el pago de sus intereses. Aunque el endeudamiento pueda abrir ciertos caminos y oportunidades de vida para las personas, en mi trabajo he visto que agrava la opresión de género, fortalece las instituciones sociales patriarcales y causa conflictos familiares. También limita los horizontes temporales de las personas. Cuando el pago total de una deuda se convierte en una fantasía lejana, el sentido mismo de tener un futuro se desvanece. Sin embargo, muchas familias continúan tomando préstamos con la esperanza de asegurar un mejor futuro para sus hijxs.
Comprender las conexiones entre deudores en contextos nacionales y locales muy diversos y construir solidaridad entre ellxs es de vital importancia. Uno de los aspectos más insidiosos del endeudamiento es la vergüenza que infunde. La gente tiende a culparse a sí misma por no poder pagar sus deudas en lugar de culpar a sus gobiernos o la injusticia del mismo sistema capitalista. Un enfoque internacionalista fortalecería los movimientos de resistencia a la deuda al ayudar a lxs deudorxs a entender su situación como parte de un fenómeno global que debe ser derribado, y no como resultado de sus elecciones individuales o "deseos de consumo". Ver a la deuda como una condición compartida bajo el sistema financiero capitalista contemporáneo es un paso crítico hacia el desarrollo de una conciencia política global alrededor del concepto de justicia de la deuda.
Basándome en mis observaciones en India y los Estados Unidos, tres (de muchos posibles) principios relacionados guían mi pensamiento respecto a la justicia de la deuda. Primero, el problema de la deuda de los hogares debe estar ligado continuamente a una crítica más amplia del capitalismo y los orígenes de las causas fundamentales del endeudamiento, tales como la falta de bienes públicos y bienestar social. Soluciones a nivel local, como programas de microcrédito a bajo interés y programas de inclusión financiera, podrían aliviar la carga para lxs deudorxs y las familias pobres; pero fallan a la hora de enfrentar las condiciones que llevan a la gente a endeudarse en primer lugar. Por lo tanto, las soluciones propuestas que son a corto plazo y que terminan produciendo explotación capitalista deben ser reconocidas como fundamentalmente inadecuadas en los términos de justicia sobre la deuda.
En segundo lugar, los movimientos por la justicia de la deuda deberían dialogar con defensorxs de la banca alternativa, al igual que con las tradiciones económicas no hegemónicas como las finanzas islámicas. Esta última ha cuestionado desde hace mucho tiempo la política de cobrar intereses, por ejemplo. Lxs activistas de esta tradición han debatido enérgicamente el significado de explotación en el contexto de finanzas y se han comprometido con las comunidades en muchos países. Construir un diálogo a través de diversos movimientos enriquecerá el debate sobre soluciones para el endeudamiento y fortalecerá la causa de la resistencia a la deuda.
Un tercer principio rector es que las políticas universales sobre la negociación y la cancelación de la deuda son más deseables que las políticas dependientes de los recursos. Las políticas que solo se apliquen a ciertas categorías de individuxs que “califican” no solo alimentan las ya complejas burocracias, sino también podrían ignorar o agravar las desigualdades raciales entre lxs deudorxs. Además, los enfoques dependientes de los recursos solo enturbian los principios éticos que están en juego, mientras que los enfoques universales los mantienen al frente y en el centro del debate. Nadie merece pasar el resto de sus vidas pagando intereses de préstamos tomados para salvar la vida de unx miembro de la familia o para dar una educación o alimentar a sus hijxs. Ha llegado el momento de iniciar un verdadero movimiento solidario internacionalista que revele claramente las conexiones entre la deuda y el capitalismo (racial) y que busque justicia y no meramente alivio.