En primer término, es un hecho que los sistemas de salud publica durante el periodo neoliberal no se consideraron prioritarios en la mayoría de los gobiernos de cualquier tendencia política o ideológica en el mundo. En China, por ejemplo, a pesar de ser el país con mayor crecimiento económico en las últimas décadas, se construyeron de emergencia hospitales; en Europa y Estados Unidos han sido desgarradoras las escenas de enfermos graves esperando ser atendidos en unidades de terapia intensiva; en nuestro país ha quedado de manifiesto no solo la falta de camas, ventiladores o equipos de protección para los trabajadores del sector salud sino, lo más grave, la escasez de personal médico, sobre todo, de especialistas en atención a las distintas enfermedades. Aquí es pertinente no olvidar que, durante el periodo neoliberal, cuando la consigna era privatizar la educación, los gobiernos dejaron sin presupuesto a las universidades públicas que optaron por rechazar a quienes buscaban ingresar a las distintas escuelas de nivel superior con el engaño de que no pasaban el examen de admisión. Por esta causa, en un país de pobres, muchos jóvenes que no podían pagar colegiaturas en escuelas particulares se quedaron sin estudiar; con ello no sólo se violentó el derecho a la educación sino que nos dejaron a todos sin los médicos y las enfermeras suficientes para atender las necesidades sanitarias nacionales.
Pero quizá la indiferencia o la irresponsabilidad mayor de los gobiernos que ha dejado al descubierto el coronavirus es la desatención, por décadas, de las enfermedades crónicas como la hipertensión, la diabetes, la obesidad y los padecimientos renales, acrecentadas como consecuencia del consumo de productos alimenticios industrializados denominados "chatarra", y a la ausencia de educación nutricional y de fomento al ejercido físico y a las actividades deportivas.
Este hecho es una prueba más de que el modelo neoliberal solo se orienta a procurar to material, el mero crecimiento económico, sin importar el bienestar de la gente ni el daño que este proceder puede ocasionar al medio ambiente y a la salud de !as personas.
En nuestro país, la pandemia demostró que las más afectadas han sido las personas con las mencionadas enfermedades crónicas; inclusive, este grupo de población está resultando más dañado que los adultos de mayor edad. Según los datos disponibles hasta ahora, el 55% de los fallecidos padecía de hipertensión, diabetes u obesidad.
Otra falla que ha quedado de manifiesto es la poca solidaridad que existe en el mundo para adquirir equipos y medicamentos para la salud. La especulación y el lucro en este aspecto ha llegado a niveles vergonzosos. Un ventilador que antes del COVID-19 costaba en promedio 10 mil dólares, ahora se vende hasta en 100 mil dólares y lo peor es que, debido a la escasez, hay acaparamiento tanto de los gobiernos como de las empresas que los producen. Por eso, en medio de esta tragedia, celebro que, por razones aún no explicables, hasta ahora la pandemia no haya afectado al continente africano con la misma intensidad que a otras regiones.
Sin embargo, al tremendo daño que el COVID-19 ha causado a la salud pública, con todo y la muy lamentable pérdida de vidas, habría que agregar el derrumbe que produjo en la economía mundial. Baste decir que, según los pronósticos, casi todos los países reducirán su crecimiento en 7 por ciento en promedio y que sólo India y China crecerán en 1.6 y 1.2 por ciento, respectivamente, lo cual, en el caso de este último país, es algo insólito, luego de más de 40 años consecutivos de progreso material.
Lógicamente, el coronavirus no es responsable de esta catástrofe económica, La pandemia solo ha puesto en evidencia el fracaso del modelo neoliberal en el mundo. Téngase en cuenta que en estos mismos tiempos la falta de acuerdo de las países productores de petróleo para no saturar el mercado causó el desplome de precios del hidrocarburo y agravó aún más la situación económica y financiera; es decir, la vulnerabilidad de la economía global está a la vista y cualquier fenómeno natural, epidemia o conflicto puede llevarla al desastre. En fin, la infección planetaria ha venido a mostrar que el modelo neoliberal está en su fase terminal.
En consecuencia, es tiempo de plantearnos nuevas formas de convivencia política, económica y social, haciendo a un lado, en definitiva, el enfoque mercantilista, individualista y de poca solidaridad que ha sido predominante en las últimas cuatro décadas. El coronavirus nos recordó que es mejor cuidar a los ancianos en nuestras casas que tenerlos en asilos, por confortables que éstos sean. Nada sustituye al amor. Esto implica también reconsiderar los parámetros que se han utilizado para medir el bienestar y el desarrollo de pueblos y naciones, y reorientar la reconstrucción mundial con la premisa de que el progreso sin justicia es retroceso y que la modernidad debe forjarse desde abajo y para todos.
Tat vez, ese "abajo", marginado y desdeñado por las mentalidades tecnocráticas tenga algo que enseñarnos; quizá los modelos de convivencia comunitarios que han sido vistos como un problema desde ta ideología de la "modernidad" neoliberal estén en realidad llenos de soluciones.
Me referí al África, pero también habría que voltear la vista a extensas regiones rurales de Asia y de América Latina en las que la pandemia ha penetrado en forma mínima. En teoría, la propagación en ellas del nuevo virus tendría que ser particularmente catastrófico, habida cuenta de la precariedad o inexistencia de infraestructura sanitaria, de servicios básicos, de comunicaciones y de telecomunicaciones.
Pero habría que preguntarse en qué medida esas debilidades no han sida compensadas, en lo que va de la pandemia, por la persistencia de culturas comunitarias poseedoras de una arraigada solidaridad, por la relativa autosuficiencia alimentaria y por formas de organización social que siguen desafiando la integración uniformadora y atomizadora de la macroeconomía.
Hasta ahora la expansión incontenible del neoliberalismo depredador ha llevado a esas periferias explotación, saqueo, devastación ambiental, hábitos de alimentación patológicos, delincuencia organizada, descomposición social y familiar y pérdida generalizada de valores, pero no ha habido interés por dotarlas de agua potable, electricidad, escuelas, clínicas, caminos ni telecomunicaciones.
Es necesario vislumbrar el enorme potencial civilizatorio que la comunidad internacional podría obtener de tales regiones si estableciera con ellas un pacto para garantizar sus derechos colectivos e individuales, hasta ahora negados en la práctica; y que a cambio, las comunidades le enseñaran al resto del mundo los fundamentos de la vida buena y le recordaran los principios para vivir en, con y para los otros, que es la única manera en que se puede hacer frente con éxito a la incertidumbre de los fenómenos naturales y las epidemias.
Volviendo al ámbito de las naciones, es urgente desechar las recetas de siempre propuestas por organismos financieros internacionales, supuestamente orientadas a revertir las crisis recurrentes pero, que en los hechos, provocan nuevos ciclos de concentración de la riqueza, nuevas espirales de corrupción, crecimiento de la desigualdad, ensanchamiento de los abismos sociales entre las regiones y entre lo urbano y lo rural y, a la postre, un agravamiento de los fenómenos de desigualdad, desintegración social, migración, marginación y miseria. Así quedó demostrado, por desgracia, en varios países, como ocurrió en México a raíz de las privatizaciones a rajatabla y el rescate de las grandes fortunas que se selló con el Fobaproa (1998); otro tanto sucedió en Argentina, en donde el reciente intento de reimplantar el neoliberalismo se tradujo en una crisis económica brutal no muy distante de la bancarrota.
Algunas lecciones básicas:
La pandemia aún en curso nos dejará centenares de miles de ausencias irreparables y una economía dislocada y severamente disminuida. En muchos sentidos, tenemos que darnos a la tarea de reconstruir el mundo. Hago votos porque se logre sobre bases nuevas y propuestas que nos permitan aprovechar lo bueno que nos ha dejado esta crisis: la comprobación y la certeza de que, tanto para individuos como para naciones, el cuidado de la salud ha de ser una tarea colectiva y solidaria; si aplicamos el "sálvese quien pueda" no se salva nadie, o casi nadie. Somos seres gregarios por naturaleza y todas las personas y todos los pueblos pertenecemos a una misma familia: la Humanidad.
Foto: Eneas de Troya